lunes, 30 de mayo de 2011

Domingo de ch’aqui

LAS PUTAS DE HAMBURGO

Por: El Papirri

El puerto de Hamburgo me esperaba afligido en sus casitas cuadradas de ladrillo con chimeneas muertas. Colosales buques desplazaban sus ascensores pariendo por sus bocazas unos cubos con cosas adentros que luego cargaban obreros tercermundistas rompiéndose el espinazo. Las grúas gemían en sus cuellos de jirafa, tartamudeaban descolgando en péndulo sus llantos de hembra despechada. Desde la barcaza podía sospechar las casas posteriores, las autopistas veloces, Europa y su perfección aburrida.

Me habían recibido en el aeropuerto tres compatriotas entusiastas, se colaron en las tetas mi poster, las movían graciosas, felices. La menor tendría 26 años, pinta de hija de alemanes pero paceña, daba saltitos como rebotando en su gordura joven. La mayor, ya cincuentona, tenía una sonrisa perfecta de choclo cochabambino, era la más simpática, me abrazó como si fuera su pariente. La morena del medio cursaba el digito tres, siempre enérgica discutía con un guardia en alemán algo sobre el parqueo. Directo me llevaron a un restaurante portugués, unos pescados enormes se ahogaban en peceras de mal gusto, asustaban, el portugués los batía de allí para rebanarlos en un suculento plato donde navegaban cebollas y tomates estridentes; la jovata se reía- Igual que en Cochabamba vas a comer aquí. Tomamos vino francés, cervezas varias y en lo mejor me llevaron al departamento del novio de la enérgica medianera.- Mi novio esta en Bolivia, el departamento es tuyo, dijo amable en su abrazo de cebollas. Era un lindo piso, pero mas lindo el balcón y mas lindos los árboles de la vereda que cabeceaban sus años mozos y otoñales en las paredes desagarradas de humedad.

Cuando se fueron me sentí feliz disparando el humo de mis gitanees al cielo hamburgués sin estrellas, me tome dos cervecitas mas de las pequeñas y dormí como hipnotizado hasta el mediodía siguiente donde la mayor me llevó a pasear por el puerto aquel. Ya eran dos meses de gira y un solo polvo mediocre había acontecido, con una boliviana suiza de no recordar: conflictiva, me echó de su cama recién cuando se iniciaba el evento. En otras palabras traía las bolas cargadas de un semen espeso, sazonado.

Luego del paseo por el puerto, la ñora me llevo a un rodizio brasileño, que manera de comer carne ¡entonces llegó la menor con el novio alemán, devoramos todo, pasamos al salón de tragos donde unos paraguayos en trío enérgico cantaban los hits latinos cerca de las mesas. El cantante/arpista sudaba la gota gorda, cerca de la tercera edad ofrendaba lo último de sus cuerdas vocales vía Recuerdos de Ypacarai. En lo mejor, otra vez me llevaron al departamento, al día siguiente era el concierto en un Hotel especialmente contratado para la fiesta boliviana.

Ya en el evento apareció la fila de nacionales, la mayoría con un aire de superioridad medio cojudo, unos caballeros que parecían dueños del restaurante Vicuña de El tejar traían pañoletas grotescas de seda en el cogote y sombreritos tililin. Entonces vinieron las palabras, un funcionario de la Embajada dijo: -La donación por las inundaciones del Beni que Uds. realizaron se les devolverá nomás porque no sabemos como depositar en Bolivia. En ese ambiente horrible ingresé con mi guitarringa, cuando se me iba el show de las manos salvé la cosa con mi repertorio setentista del bar Primavera haciéndoles bailar cuecas y huayños. Luego entraron los jóvenes mix boli-germanos que daban saltos con los Tobas, no veía la hora de irme al departamento.

Al día siguiente apareció la veterana, me pagó y entregó el boleto aéreo hasta Madrid vía Palmas de Mallorca, me dio 100 euros demás -Para que te descargues, dijo, sabida. Fuimos a comer una sopa de lechugas y un hot dog inmenso, entonces apareció el Rene,- Papirri¡ chilló, no he podido ir…y me abrazó en su metro y medio. Te lo

encargo, dijo la mayor. Caminamos llegando por el atardecer a un callejón sorprendente lleno de vitrinas con las putas de Hamburgo, todas blancas de porcelana, rebalsaban sus pelitos rubios por sus calzones de encajes ofreciendo sus tetas monumentales. Cuando pregunté el precio una expresó 100 euros por 15 minutos. -Quieres entrarle ? dijo el Rene. Ni cagando, dije. Entiendo, hermanito, te llevare nomás a mi territorio…

Entonces serpenteamos callejuelas llegando a una avenida de joda total, los boliches expedían humos de guacataya, una señorita linda desnuda subía y bajaba de una tubería mientras los alemanes aplaudían. Rene emprendió con la kaikeada, me contó que era paceño, que trabajaba hace tres años en el infierno, por mi hijita, repetía con tos lacrimosa. Desde su teléfono me mostró las fotos de aquel horno, el fuego le brotaba por todos lados, disfrazado de marciano plateado disparaba palas de carbones interplanetarios a 50 grados. Se lo veía sufrido pero repleto de energía, bebía seco tras seco. Entonces me llevó donde sus chicas. Era una especie de hotel público de 4 pisos como supermercado, tocabas la puerta, salía una señorita tercermundista en camisones y te invitaba a la reducida habitación. Cotizamos tres pisos hasta que me anime con una vietnamita que estaba preciosa. Reímos mucho, tomamos un saque con gusanos flotantes, fumamos un cebo marrón y redondo delicioso que delicadamente lo raspaba y mezclaba con menta en un papel tejido; movía sus tetas de adolescente haciendo de ventrílocua, hacia caritas en sus ojitos de bambú. En lo mejor el guardia tocó la puerta bruscamente: habíamos estado 40 minutos riendo y fumando y debía pagar los 100 euros. Al salir, el Rene me preguntó- como te ha ido? y yo- feliz - solo reía y reía.

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