viernes, 30 de julio de 2010

OTOSAN Y SEIKO SAN

Por: El Papirri
Aquella pareja de la crónica el Giri retornó a casa con pequeños omiagis, caramelos en chino, algas secas, sopitas rápidas. El señor tenía las cejas habitadas, los ojitos desgarrados, la peladita resplandeciente y una sonrisa siempre benévola. Era pequeño, gordito y rápido, se apropió de la cocina y empezó a cocinar una de las sopitas, cham po, repetía, oishi desu (rico es), cham po, explicaba de nuevo cual muñequito duracell. La dama que le acompañaba resultó ser su hija, de nombre Seiko, como el reloj. Delgadita, tímida, se creía adolescente, ocultaba su rostro en un jopo negro y trataba de comunicarse con sonrisa tornasol agachándose, siempre. Ella sirvió la sopa, sentados en el piso comimos y sorbimos aquel cham po, una panetela de fideos gruesos nipones. Borivia no ongaku daizuki desu, decía Seiko san indicando en agudo que la música de Bolivia le gustaba. Yo ponía unos cassettes de Cavour, de Los Jairas, ella aplaudía como muñequita geisha. Watashi wa otoosan desu, dijo el caballero en samurai, Ima kara Manueru san no otoosan desu, repitió con una lagrimita en el ojo. Ohhh, arigatooo, le dije, emocionado, pues le entendí mas por el sentimiento que él iba a ser mi padre desde hoy.
De apellido Tanaka, mi padre japonés (Otoosan) se tornó realmente trascendental en aquellas soledades asiáticas. Llegaba de mañana siempre resuelto en su autito blanco, yo lo veía parkear y desde el balcón del tercer piso le gritaba Otoosan¡ con alegría genuina. Nos saludábamos en reverencias y ahí nomás esparcía en la mesita los caramelos, las algas secas, la sopa cham po y unos refrescos nipones de limón. Entonces empezaba la practica diaria de japonés mezclando señas y gestos, se reía mucho de aquellas lecciones, sacudía su pancita cual osito panda, luego decía desde su lunar de la frente ikimashoo¡ y nos íbamos en el auto a comer el célebre cham po en un moll gigantesco. Al punto me retornaba como buen padre.
Un día de esos apareció Seiko san con un charango y un ñato a su lado que traía un LP cuya tapa indicaba BOLIVIA DE COLECCIÓN. El tipo al verme señaló el LP, dijo tajante anata wa deska? (eres tu ?) señalando mi nombre que estaba al final del listado del LP junto a los Kjarjas, Zulma Yugar, Savia Andina. Era una colección de Lo mejor de Bolivia según Discolandia y figuraba mi canción Hoy es Domingo. Le dije jai, o sea si, el tipo se arrodilló inesperadamente apretando mis zapatos y gritó sensei desu¡ (es un maestro) .Levantarlo del piso fue un problema, era un japucho digito tres de 1.80, musculoso y aparatoso. Entonces ingresaron al departamento. Seiko san sacó su charango, me lo entregó para que lo afinara, Yotuzugi san- así se llamaban el men- saco una guitarra acústica carísima de marca Takamine, tocamos sonseras, lugares comunes del folklore andino. Ellos se regocijaban al máximo. Yotusgi san se volvió mi alumno de guitarra, Seiko san mi alumna de charango, a veces venían juntos, otras separados, me pagaban bien. Un día de esos llegaron con la noticia de que yo debía tocar en Kitakyshu, población a dos horas de Fukuoka donde transcurre este relato. Manueru san no conceto desu, dijo, ichi pato dake (solo una parte) jokano pato wa watashitachi no grup jikimasu, dijo (la otra parte tocaremos con nuestro grupo). Otoosan me llevó a aquella ciudad en su auto blanco, era mi primer concierto en un teatro, estaba lleno, me invitaron saque en el camerino, entré con potencia, el público calido pedía ancore, ancore. Esa noche dormimos en fila en la casa de uno de los del grupo de Yotsugi , un maestro de Ken Do que tocaba zampoña, el grupo se llamaba Los Ubanquiacas nunca supe porqué. Dormimos sobre tatamis, en colchonetas precisas, con futon galán y almohadita cual adobe de algodón. Los ronquidos nipones eran notables. Al día siguiente Otoosan me devolvió y me entregó un sorpresivo sobre con 10.000 yenes, algo así como 500 dólares y otros sobres finos de seda con propinas radiantes y muchos ramos de flores. Entonces empezaron a salir mas actuaciones, unas veces viajaba con Otoosan, otras con Yotsugi san, el viaje a Nagasaki fue particularmente interesante, conocí el Museo de las Bomba atómica, pavoroso. Otoosan no podía ver las fotos de terror, había nacido cerca de allí, luego me contó desgarrado que sus padres lo habían mandado a comprar harina a Fukuoka el día que explotó la bomba, tenia 15 años, toda su familia fue arrasada… se salvó de milagro. Desde aquel día, se levantaba a las 5 de la mañana a tirarse baldes de agua helada agradeciendo a los dioses que lo salvaron. En el invierno, a 10 grados bajo cero, era de verlo en ese acto de inmolación a sus 65 años. Otoosan fue realmente mi padre, siempre dispuesto, bondadoso, sonriente. Conocimos bellos lugares en su autito blanco. Yotsugi san se esforzaba por tocar chacarera sin éxito, se despedía en las noches luego de su clase con un gambarimasu¡ (me esforzaré).Mientras, Seiko san me obligaba a estudiar piecitas de Cavour en el charango ,ahí la veías en su faldita escocesa sentada en el piso con el charanguito de armadiro, mostrando la ve de su calzoncito de seda que sugería una línea húmeda. El error fue antojarme de aquella fruta vedada con serias consecuencias que algún día relataré.
La única vez que viajé por el Japón en avión fue por invitación de los residentes bolivianos en Tokio para presentar mis canciones. Cuando el taxi ingresó al aeropuerto, el cobrador de la tasa portuaria era nada menos que mi Otoosan ¡Marcó el ticket , nos vimos en ráfaga, se ruborizó saludándome, serio, con su gorrita de boletero. Como si no me conociera, este mi padre japonés.

Quito, Julio 2010.

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