martes, 31 de enero de 2012

EN VALLEGRANDE Y LA HIGUERA

Por: El papirri

Entonces llegó la invitación de la Fundación Ernesto Che Guevara para que El Papirri vaya a cantarle al Che a un Festival Internacional por el 30 aniversario de su heroica muerte, en un escenario atrayente de Vallegrande. Llegarían los stars de la nueva canción, se anunciaba a León Gieco, Silvio Rodríguez, Piero, todos en coro general cantándole al mayor comandante de la revolución latinoamericana. La carta decía que cubrirían el transporte mío de La Paz a Santa Cruz en avión y desde allí en minibús hasta Vallegrande, alimentación, dormidita y retorno. Ni un peso de honorarios ni costo de músicos. Era octubre de 1997, Banzer era Presidente de Bolivia cruzando cínicamente los ríos de sangre con el apoyo del 23 % y amenazaba a través de sus fuerzas armadas intervenir aquel acontecimiento. No me lo podía perder.

Así fue que tomé el avión llegando a Santa Cruz en la mañana, los simpáticos cumpas de la izquierda cruceña me esperaban, un amigo muy querido, Fernando Gallardo, me tuvo unas horas en su casa. Luego debía partir en la madrugada, siete horas de viaje, cruzando la selva en un minibús hasta llegar a Vallegrande.

Aquella tarde en la casa de Fernando se me ocurre empezar a componer una canción para el Che, ingreso en trance creativo, daba vueltas como huayronco, me aplaudía los mosquitos, abrazaba la guitarra, tomaba mocochinche helado. En una de las vueltitas me fijo en la pared, mi amigo había colgado un dibujo enmarcado del Che con una frase que decía: cada uno de nosotros, solo, no vale nada; era la cita de la última carta del comandante a sus hijitos. Empezó a brotar la semilla.

A las 5 de la mañana ingreso con mi guitarringa al minibús que estaba cargado de gente, 8 tipos jadeaban en italiano, me toca justo estar al lado de un gordo igualito a Pavarotti que roncaba como rinoceronte, su pecho se inflamaba casi hasta detonar. Entonces el minibús frena de golpe, amanecía con un sol retraído entre los árboles, estábamos en plena selva, habíamos atropellado a un lobo solitario, el chofer montuno tenía que cumplir con el ritual de ver si estaba todavía latiendo, al comprobar que había fallecido lo agarra de las patitas y lo devuelve al monte volviendo al carro persignándose. Los italianos se ponen nerviosos, hablan a los gritos, asustados.

Ya con el sol frentudo llegamos a desayunar a un terrenito, me toca de vecino un tano pelado que por lo menos me saluda con las cejas, los otros me veían como a pulga sudaca, hablamos en un idioma latino inventado in situ, le comenté que me gustaba Lontano de Liggetti , “no es potsible que tu conozca esto¡”, gritaba el pelado quien resultó ser el representante del grupo.

- Somos Modenna City Ramblers. Venimos a conocer la Higuera, chillaba el pelado en Fellini.

Llegando a Vallegrande, me asignaron una camita guerrillera en el living de una casa colonial con 10 camas vecinas alrededor. Los cumpas indicaron que esa noche empezaba el festival, almorcé unos arroces cambas y me puse a terminar la canción mientras iban llegando jóvenes chilenos, argentinos, uruguayos al living aquel. Arribaban empolvados con sus mochilas y banderas del Che, con boinas y trajes jaspeados de verde. Salí a dar una vuelta, la plaza de Vallegrande estaba poblada de k’atus con llaveros, pósters, agendas, libros piratas en torno a la figura del guerrillero. Entonces, terminé la primera estrofa: “Aseguro juro no era solo un llavero/ y su alma, calma no era calcomanía/ aseguro juro no era un aventurero/ un quijote- mote soneto de pacotilla/ su mirada ardiente, esperanza de la gente/ y sus botas rotas disparando tanto amor…”

Esa noche cantó el grupo Sagrado los Andes y no llegó ningún star. Dormí mal, una parejita de argentinos se amaron todo la noche en mi nariz, casi me meto a su cama, entonces me calenté y la llamé a mi novia de la época, una hermosa gringuita progresista de Washington que había decidido quedarse en Santa Cruz ejecutando su consultoría internashonal. La convoqué de emergencia contándole los incidentes nocturnos.

Al día siguiente decido conseguir músicos para que me acompañen en la canción, paso por la habitación de los tanos, el pelado me presenta al bajista, un flaco simpático de nombre Pierino que se acomoda rápido a la armonía. Se entusiasma tanto que juntos vamos a la habitación del grupo Sagrado los Andes, su director el músico Gerardo Yáñez decide entrarle a la canción, convoca a un charanguista y a un zampoñero, él mismo toca una percusión de ollas gigantes.

Esa noche estrenamos la pieza en el escenario de la cancha de Vallegrande, fue apoteósico, los 4.000 espectadores respondían al estribillo: “Che¡ Che¡ Che¡ Che¡ Guevara, cada uno de nosotros solo no vale nada”…Las estrellas vallegrandinas bailaban, la banda sonaba enérgica con Pierino saltando atrás y los cumpas andinos dándole con todo.

Al día siguiente, con dos amigos chilenos pinta de guerrilleros, nos fuimos a la Higuera, cuatro horas de camión y polvo, entramos a la escuelita, reconocimos el terreno, se olia un áurea mística, comprobamos la pobreza sostenible, escuchamos rugir los cañones banzeristas amenazantes que rendían tributo a los mártires del ejército boliviano. Comimos sardina con huevo frito en un sartén abollado, nos abrazamos en el busto gigante del Che y retornamos en medio de la polvareda histórica llegando directo al escenario.

Resultó ser que los stars de la nueva canción definitivamente no llegaron, se fueron todos a un festival en homenaje al Che en el Stadium nacional de Santiago de Chile con excelente recaudación. Nos quedamos con los tanos y algunos grupos nacionales a salvar el festival, menos mal las mesas de trabajo funcionaron.

Para la noche de clausura apareció la bella gringuita, canté mas emocionado la canción Al Che ahora acompañado por una banda internacional descomunal, todos los tanos se subieron a cantarla, recuerdo un violinista impresionante, acordeón, batería, el fiel Pierino, Pavarotti en la primera voz, más los músicos de Sagrado los Andes. Los músicos saltaban en su mensaje de unidad, miles de jóvenes coreaban el estribillo, la gringuita bien enamorada vociferaba en primera fila con su boina guevarista, la canción se había convertido en el himno del Festival.

Antes de retornar fuimos a la lavandería donde los milicos descargaron los restos del guerrillero heroico con sus bellos ojos abiertos, 30 años habían pasado, el lugar estaba idéntico. Estampamos nuestras firmas enamoradas en las paredes mientras lo tanos se sacaban fotos con los banners de sus auspiciadores europeos y realizaban imágenes para su próximo clip. Ni una fotito tengo yo, che.

El abrazo de despedida con Modenna City Ramblers me partió el espinazo, ceñido a los cabellos amarillos de Mary retorné al mundo agradeciendo a la memoria del Che por esos días gloriosos y a los buenos espíritus por haberme ayudado a parir una canción unitaria de emergencia.

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