viernes, 6 de agosto de 2010

El Papirri y la autoestima nacional

Raúl Peñaranda U.

Como tantos otros miles de seguidores, yo soy un admirador del Papirri músico. Manuel Monroy no sólo es compositor sino que también es un virtuoso de la guitarra. Y uno de los más importantes renovadores de la música boliviana. Nos ha ayudado a comprender, conocer y amar a la ciudad de La Paz, sus personajes y sus tradiciones más que decenas de otros intelectuales, antropólogos o historiadores.

Si hay alguien que ha tratado de mejorar la autoestima de los paceños es este músico, hijo de una calificada concertista de guitarra y de un famoso político nacionalista. El, como nadie, nos ha dicho quiénes somos, cómo actuamos, quiénes son nuestros personajes entrañables y nuestra forma de pensar. Pero la ciudad –y el país – que nos muestra en sus composiciones, los hombres y mujeres que desfilan por sus piezas, las calles y montañas que acompañan sus acordes, no son, ni mucho menos, perfectos. El Papirri, y nosotros, amamos a La Paz y al país, pero también somos concientes de sus defectos, de sus problemas, de sus vicios. No es idílico el mundo que nos muestra el arte de este compositor, y por eso mismo es más entrañable, más original, más único. Más realista. Nos sentimos perfectamente reflejados en las canciones del Papirri porque justamente nos muestran la confusión, el mestizaje, la riqueza y el abigarramiento de la sociedad paceña y boliviana. No somos eso ni aquello. Tampoco esto o lo otro. Somos todo eso juntos, desde la Alasita hasta el K’encha Teran, pasando por la cabeza de Zepita y llegando a la marihuana, perdón, la huacataya. Y ni qué hablar de la metafísica popular, cada vez más poblada y más fibrosa. “¿De verdad me estás mintiendo”? es especialmente hermosa. Se la regaló Lorgio Vaca al Papirri en un viaje y el Papirri nos la entrega a todos. Es que así hablamos. Y así somos.

El Papirri pasará a la posteridad, por eso, como un renovador de la música y, también, como un adelantado, como un pionero en estos intentos de que los bolivianos nos queramos más cómo somos, que admitamos más nuestros defectos, que auscultemos más nuestros temores. Los cambios políticos sucedidos en la última década han ayudado a que las clases altas salgan de su burbuja y conozcan y reconozcan a un país que miraban como si fuera sólo una postal, que veían desde la distancia de los álbumes de

fotos. Una vez rota esa burbuja, y amenazados por una sociedad más compleja, más pensante, más activa y a veces más ininteligible de lo que habían imaginado, podemos aspirar a una mayor integración, a un más profundo conocimiento del otro. El Papirri nos hablaba hace años de esas complejidades, con más simplicidad, y a la vez con más profundidad, de lo que muchos de nosotros nos imaginábamos. Y con más humor e ironía que cualquiera de esta generación.

Pero hete aquí que el Papirri no era solamente cantautor. “Columnista también habiá sabido ser” diríamos copiando su estilo paceñísimo. “Les voa contar”.

Si ser un músico de quilates como es el Papirri, que ha compartido escenarios en el mundo con Alfredo Zitarrosa, Fito Páez, Silvio Rodríguez y Mercedes Sosa, entre otros, ya es bastante inusual, lo es aún más ser también un extraordinario columnista.

Vengo siguiendo las columnas del Papirri desde hace muchos años. Primero las leía en La Prensa, que fue el primer diario en tener la inteligencia y buen tino de acogerlas. Luego las disfruté (y publiqué) en La Época. Ahora las sigo disfrutando en Página Siete.

¿Por qué Manuel Monroy Chazarreta es uno de los más exitosos columnistas bolivianos? Varias características de su estilo explican aquello. Muchas de ésas son infrecuentes en el panorama periodístico boliviano.

A lo largo de estos años he comprobado que el Papirri se mantiene fiel a sí mismo y a su estilo. Estas son las características de su trabajo que lo hacen exitoso:

Es cronista. El Papirri escribe en primera persona; al igual que en sus canciones, cuenta, como un cronista, los sucesos y anécdotas de su vida y a través de ellos la vida de la ciudad, primero, y del país. Al leer los textos, el lector sigue al columnista en sus viajes, sus desventuras, sus dificultades, sus amoríos y se deja llevar, casi hipnotizado, por el narrador. En esto, Manuel Monroy utiliza las mismas técnicas que ya son famosas en él en sus composiciones musicales.

Es auténtico. Es auténtico o, lo que es lo mismo, suena auténtico. Por más extraordinaria que sea la historia, el lector se deja llevar, cae en las redes del autor

porque le cree. Y esa credibilidad, o verosimilitud, más bien, se logra con los rasgos autocríticos, con los detalles íntimos, con la sinceridad con la que el autor escribe y nos describe lo que vive y ve. En algunas llega al extremo de la franqueza, como en aquella columna en la que nos habla del hijo suyo que nunca nació (no incluida en esta compilación). ¿Qué más prueba de autenticidad que gritarle al mundo ese dolor?

Tiene maestría en el lenguaje. Sus columnas son casi cinematográficas en el sentido que la descripción es como una cámara que nos muestra lo que el autor ve. El Papirri logra este rasgo muy bien, usando dos técnicas difíciles de manejar: escribir en presente y colocar dos o más situaciones simultáneamente. Cuando está en la flota yendo a Oruro, por ejemplo, logra desentenderse de su entorno gracias a escuchar a Matilde Cazasola. Viene y va entre las letras de la Matilde y sus vecinos de asiento.

Usa el elemento sorpresa. En todos los textos está presente la sorpresa, que se produce tanto por la anécdota en sí (en vez de viajar a Sucre en avión se va a Madrid, por ejemplo), tanto por la forma de narrar, de ofrecer un cierre. En esa misma columna termina diciendo: “Mientras jugamos cacho en Madrid les cuento que sólo quería ir a tocar Sucre. Harto se ríen esperando la devolushón”. En varias de sus canciones se ve el mismo efecto.

Usa el humor. Para el novelista boliviano Adolfo Cárdenas no hay virtud más difícil de lograr, y más importante, que la ironía y el sarcasmo, pero siempre que éste dirigidos también (o sobre todo) hacia uno mismo. Cárdenas dice que sólo los inteligentes pueden ser sutilmente irónicos. Reírse de sí mismo. Qué difícil. El Papirri lo hace, se ríe de él mismo y a la vez se mofa de los otros, del resto, pero con cuidado, con sabiduría. Como la pobre señora que les da sopas de marihuana a sus huéspedes pensando que les daba huacataya.

Usa la autocrítica y apela a la autoestima. Sus columnas muestran los innumerables problemas a los que nos vemos enfrentados los paceños. Es una crítica y una autocrítica a lo que somos. Pero también, paradójicamente, nos dice que todos esos problemas no son definitivos, insalvables. Se enfrenta a unos bloqueadores, una vez, pero luego éstos ayudan a una parturienta. Así, al desdramatizar nuestras fallas, nos mejora la autoestima. La “Metafísica popular” es el máximo ejemplo de autocrítica a la forma de hablar –y de pensar– de los collas pero también de conocernos y querernos como somos.

¿De dónde sale la creatividad? ¿De dónde vienen las metáforas? ¿Dónde nacen los juegos de palabras? Seguramente estos rasgos se trabajan, se moldean, se mejoran, se construyen con el tiempo y el esfuerzo. Pero también es porque, probablemente, se nace con esos atributos. Ya hemos dicho que su madre era una importante concertista. Y está claro que en las venas de su familia, empezando por sus lúcidos primos escritores Ramón y Enrique Rocha Monroy, corre la creatividad.

Raúl Peñaranda U. es periodista. Dirige el diario Página Siete.

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