miércoles, 21 de diciembre de 2011

CARTAS

Por: El Papirri

Hoy recuerdo con mucha nostalgia las cartas de aaantes. En mi niñez paceña esperaba con mis ojitos inquietos y mis churcos aplanados por tanto pelotazo, las cartas que llegaban desde la Argentina, misivas emocionadas de parientes escritas con pulcritud. Aquel personaje entrañable- el cartero- llegaba con su mochila de ausencias y distancias, con su overol azul, botas de premilitar y una gorrita que parecía más del ferrocarril que del correo. Con aplicación se encargaba de alimentar a mi puerta por una boquita que decía buzón. La boca era plateada y se abría y cerraba produciendo una risita característica. Alguna vez pillé el momento preciso del escupitajo de la carta, era de mi primo santiagueño Andrés, el sobre llegaba polvoriento y cansado, había viajado una semana en un vagón tartamudo cruzando el chaco ardiente, salares prehistóricos, verdores de valles, altiplanos estoicos, andes congelados, hasta aterrizar en el piso de casa.

Agitado, cogía el sobre que tenia una bandera celeste y blanca en el borde, primero desprendía a vapor de caldera estampillas maravillosas con gauchos en acuarelas, mini cuadritos que resguardaba en papel celofán. Luego hacia el gesto de ver el sobre tras el sol abriéndolo con sumo cuidado, como si fuera de porcelana, entonces se desplegaba un escrito con varias hojas de papel biblia transparente, la misiva había sido escrita seguramente con otro papel atrás que señalaba la rectitud de las rayas, la letra de Andrés era única, recuerdo el encabezado, Santiago del Estero, Argentina, 11 de agosto de 1969…

Ya mas creciditos decidimos inventar un idioma propio, un código que solo entendíamos los dos, pues nuestras hermanas se habían aficionado leer nuestras cartas que eran de suma confidencialidad y luego se burlaban del estilo. Entre carta y carta, nos pasamos el trabajo de inventar un código personal con mas de 26 signos: un cuadrado con dos antenas era la a, un triangulo con circulo adentro la b. Yo guardaba como gran tesoro aquel papel con jeroglíficos secretos que descifraban nuestra comunicación de guerra. Hasta que un día mi hermana mayor descubrió entre mis medias aquel recetario y se jodió todo. Pero por lo menos transcurrió un año con las cartas secretas en nuestro idioma de quipus que contaba como se llamaba la última chica que te gustaba, el triunfo de Boca, los nombres de los que nos caían mal en el curso y las posibles fechas del ansiado reencuentro anual. Leer esas cartas demoraba horas.

Tengo latiendo en el corazón las cartas que me enviaba mi novia Teresa de Aguascalientes, cartas perfumadas de violetas, con pluma marrón como sus ojos y esa letra pulcra, inolvidable, letra de misiva independentista. Esas epístolas, Teresa me las enviaba en la misma ciudad, al hotelillo donde vivía, pues sus padres prohibían nuestra relación. Un indígena con guaraches las traía sudando, como si trasladara una bomba, con la instrucción de entregar la misiva en la mano. Contenía poemas, pensamientos profundos, colmados de nostalgia.

No se como llegaban desde Bolivia a México las cartas de mi hermano German pues traían aires de ilegalidad, mi hermano había decidido retornar del exilio a voltear a la dictadura Garciamezista, se encontraba clandestino en el país, sin embargo las esquelas llegaban porfiadas: él firmaba Bouvier y yo devolvía la contestación a la nada firmando Cafetín. Eran cartas que por su dramatismo parecían testamentos, últimos deseos antes de un fusilamiento.

Recuerdo con emoción las cartas que recibía desde Sucre de mi amiga Matilde Cazasola, hojas llenas de poesía y buenos augurios, adjuntaba poemas manuscritos, estampitas con flores secas, consejos temperamentales, dibujitos en miniatura, reflexiones profundas en su letra única. Cómo extraño la letra de la gente amada ¡

Hoy abrí mi mail, tenía 20 mensajes colectivos, noticias de foros abiertos, invitaciones mecánicas, mensajes obligatorios para entrar a alguna red social y solo una carta telegrama de mi amigo Willy Claure desde Suiza que en tres palabras decía que se acuerda de mí.

Donde están? Ahora que tenemos esta gran facilidad de comunicación no nos comunicamos. Será que deseamos volver a las cartas traídas en diligencia? A las cartas de Bolívar? El prócer tenia que escribir cuatro cartas iguales a pluma de ñandú para que talvez alguna llegue a su destino. Hasta los telegramas de antes eran mejor que los mensajes que hoy recibo en el mail. Y las huevadas que uno lee en la red social, eso es comunicashon? Y mi primo Andrés hoy tan ocupado y tan importante que ni siquiera puede escribir un mail telegrama… No me pidan que entre a chatear, esa conversación da pena, además es un castigo cuando te dejan con el dialogo latiendo.

Ya, che, mejor no me hagan renegar y escriban una carta decente que la saudade es la misma que hace tres décadas, que el extrañar sigue siendo la misma pulsación sorda de la infancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario