jueves, 19 de noviembre de 2009

El instante

Por: Rodrigo Ergueta

Era Febrero, recuerdo que caminaba por la calle con la intención de capturar en imágenes a La Paz, debía pensar muy bien las tomas que haría, ya que tenía sólo 7 disparos, el carrete llevaba dos días vencido y era el momento preciso para hacer la serie de fotos que se marcarían para siempre en mi vida.

No recuerdo el nombre de la calle, yo subía para tomar una imagen de la ciudad, cuando de bajada y con prisa estaba él, con un saco y la camisa, jean y un maletín, lentes y los rulos tan rubios que con el tiempo parecen contar historias, llevar los ríos y el Illimani.

Disparo inmortalizando esta escena que con el tiempo me gusta más, y creo que me hace sentir parte de una historia cotidiana y al mismo tiempo única, donde el instante preciso, donde la luz dibujó conmigo, quedará marcado en mi historia como fotógrafo.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Otra Vez desde la Mitad del Mundo

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EN PORTUÑOL

Por: El Papirri


Vuelvo a escribir como una pulsación vital, como suceso de sobrevivencia , como prodigio que me aparta de este entorno sórdido. Y me recuerdo.

Fui a radicar a Belo Horizonte (B.H) persiguiendo lecciones de composición del guru de la música contemporánea el maestro H.J Kollreutter. Lo había conocido meses atrás en un Taller de Música en Sucre, quedé sobresaltado por aquel Papa Noel desafiante, lucido, que tenia su propio diccionario para definir al mundo. Cuando llegué a BH, me tope con la miiisma academia ochocentista en un Conservatorio sinfónico que parecía hospital y el maestro ausente. Una noche de esas con mi amigo boliviano Cacho V. fuimos a curar la saudade con unas cervezas en una mesita esquinera en la noche tibia mineira. Teníamos pocos billetes pero uno se entusiasma, no ve? Cuando las botellas coreaban salud salud- unas 20 ya eran,creo- el Cacho V me dice que hacemos, le digo vamos a tener que correr, 1,2,3¡ el salió disparado para un lado, yo para el otro con todos los guardias de seguridad como imán en mi espalda. Me cagaron a patadas bien dadas, sin sangre. Mientras me arrastraban al bar tratando de sacarme el aro de matriqui a cuenta susurré el número de teléfono de la casa donde rentaba un cuartucho. El dueño de casa llego rápido, pago la cuenta de 40 dólares y me llevó compadecido .Le caía simpático. Era un gordito que insistía dos décadas en estudiar dirección de orquesta y composición. Todas las tardes de retorno yo lo alentaba, le hacia señas de super mientras el digito cuatro se enloquecía dando batutazos a un espejo viejo con la música de un LP de la Deustche que entristecía a la enredadera.

Al dia siguiente el ch’aki era de pavor. No me podía parar del catre, chillaba donde señalaba el índice. Entonces entró el bueno de Joao Augusto-así se llamaba - me trajo un caldo ralo y me dijo: a parte de la devolución del billete tendrás que estudiar esta mi obra para reconciliarte, rapaiz. Y me lanzo una partitura insólita, 20 páginas llenas de signos propios, la mitad explicaba como tocar los jeroglíficos contemporáneos. Resultó ser un dueto de guitarras, yo debía tocar la viola dos. Llamé a Cacho V. para que pagara la deuda-era de tener- y me puse a estudiar poco a poco la música aquella. Demore dos semanas tenerla en dedos mientras me recuperaba de la pateadura, luego ajustarla con el otro guitarrista que resulto ser un eximio brasileiro recién graduado del Conservatorio de Paris apellidado Campolina. Estudiamos la obra en tres días, avión a Río de Janeiro, hotel 4 estrellas frente a las olas verdes de Copacabana, a ensayar mirando el mar.

En la tarde próxima la organización del “XII Festival de Música Contemporánea de Río de Janeiro- 1988 “ nos llevaba en un auto centelleante a la Sala “Cecilia Meirelles”. Prueba de sonido vertiginosa, interpretación justa, la partitura transcurría de pizzicatos a la Bartok hacia arpegios villalobianos, de allí a improvisaciones en allegrissimo sobre modos griegos, percusiones en la caja con ritmos de 7 y 9 tiempos simultáneos a otras asimetrías: aquello era un volcán de sonidos dramáticos eternos que según dijeron duró 6 minutos. Aplausos compactos de los 200 cariocas letrados, sobrecito de paga de 300 dólares y directo- como colegiales liberados- hacia la playa, a arremeter caipirinhas ácidas con un Campolina eufórico humedecido de felicidad. Y como yapa una mulata adolescente que se entusiasma conmigo, y más caipirinha, una billa de guacataya…terminamos-literal- dormidos en la arena. Nos despertó un gil que pasaba por la playa con una especie de aspiradora la cual pretendía cazar metales y casi se lleva la oreja de la mulata que se despedía con las tetiñas de cabra pra fora. Retorno de naufrago al Hotel, Campulina desayunando otra vez serio, enclaustrado en su walkman de cassette. Por suerte, la riñonera estaba allí con algo de saldo para pagar la renta a Joao Augusto y su rutina de solfeos.